A veces nos preguntamos las razones por las cuales somos capaces de sentir, curiosear,
oler, saborear, alegrarnos o entristecernos por aquellas cosas que pasan en Asturias.
En principio no tendría sentido si no hemos nacido allí. Pero es que los descendientes de
los asturianos que emigraron alguna vez hacia otras latitudes, se comportaron
generalmente como un “archivo “de información del sitio que les vio, primero nacer y
después partir.
Fuimos nosotros, sus hijos, nietos, familia en general, el depositario de tanta información
que, por cierto, normalmente no estaba vacía. Se presentaba teñida de los propios
sentimientos de los protagonistas, los que generalmente acusaban gran parte de la razón
por la cual tuvieron que partir, más lo que ellos acuñaron en sus años allí, transformado
por la nostalgia misma que les fue cimentando sus recuerdos.
Nada más lindo que escuchar aquellas historias de los días tranquilos en los hogares y en
familia, cuando los relatos parecían cuentos o historias a modo de novelas de lo “no tan
desconocido”.
Así fue que nos transmitieron los paisajes, sus olores, sus colores, la cultura misma de un
sitio pequeño en superficie, pero grande en los corazones y el alma de sus protagonistas.
Y, si por casualidad, esas reuniones aglutinaban a más de uno de ellos, siempre surgían,
entre risas y tibias discusiones, los argumentos del porqué era mejor un Concejo que otro,
si el río tal era más caudaloso y transparente que el del otro, si los que miraban al mar
eran mejores o peores que los del interior, si las montañas eran o no más verdes; en fin,
miles de argumentos que alimentaban y satisfacían a la vez, su nostalgia y nuestra propia
curiosidad.
Esa curiosidad con el tiempo fue creciendo y, en muchos casos, transformándose en una
necesidad de tener que comprobar quien realmente tendría la razón.
Se fue identificando en una meta la idea de ir a ver alguna vez y sentir por sí mismos esos
relatos tan ricos que habían alimentado nuestra infancia y tal vez adolescencia durante
tanto tiempo y de tan intensa manera.
Ese comprobar fue el objetivo de muchos que, quizás no sólo como destino de algún viaje,
sino quizás, como uno de ellos, fue machacando la necesidad de cumplirlo alguna vez, y se
fue transformando, de alguna manera, en un sueño a realizar por los que nunca lo habían
podido tocar.
Qué satisfacción tan grande produjo en tantos ejemplos el poder lograrlo, y cómo y de
qué manera se podía sentir todo aquello que habíamos escuchado.
Claro que la realidad no era la misma, normalmente había mucho de lo escuchado, pero
los ojos distintos, teñían de otro color esa tierra de ensueño de nuestros mayores
asturianos.
Y así ese comprobar se fue traduciendo en los colores, olores, paisaje, y cultura
transmitida y añorada por nosotros, en una especie de alimento para el alma que fue
capaz de satisfacer mucha curiosidad y ganas añoradas por tanto tiempo.
Quizás lo más hermoso se tradujo en atesorar esas vivencias creyendo que de alguna
manera también podríamos ser algo protagonistas de la historia de nuestros seres
queridos antes de lo imaginado, que ahora, a la vuelta, los que aún contábamos con la
posibilidad de compartir con ellos la experiencia vivida, alimentaríamos su corazón
nuevamente con nuestro relato agregando las cosas nuevas a lo que ellos nos habían
contado tantas veces atrás.
Tal vez aquellos que, por haber partido temprano no tuvieron la posibilidad de escuchar
nuestras vivencias por sus suelos, de alguna manera se hayan enterado de lo sucedido.
Lo importante, creo, es darnos cuenta que, ya sea por cualquier razón atesorada, no se es
igual antes o después de haber podido pisar Asturias, la tierra que nuestros antepasados
nos habían contado antes.

Subcomisión de Cultura del Centro Asturiano de Buenos Aires.

Foto: Vista desde el Mirador del Fito (picos de Europa)